LA MUJER EN EL ANTIGUO EGIPTO
Autoría : Asunción Blesa Castán
En este trabajo que presentamos sobre la mujer la historia y las creencias seguiremos hablando de las antiguas civilizaciones. En este caso nos referiremos a la cultura del Antiguo Egipto (aproximadamente de 3.000 a 30 años aC.) y trataremos de discernir la función y el valor que se le concedió a la mujer en esa larga y suntuosa etapa de la historia. Y digo “se le concedió” porque, como veremos a lo largo de casi todas las épocas que presentaremos, la mujer permanece sometida al poder del hombre.
Desde el momento en que Napoleón quedo atrapado por la magia y el misterio que guardaban las pirámides de Egipto, la egiptología inició un largo camino con descubrimientos cada vez más sorprendentes.
Lugares como Abu Simbel, Sakara, Deir el-Bahari y Luxor, se convirtieron en el hogar de centenares de investigadores que siguen hoy en día empeñados en descubrir todos los secretos de un periodo histórico que se extendió a lo largo de más de tres mil años.
El Antiguo Egipto fue recuperado para los amantes del mundo de los faraones. Desde el primer soberano Narmer, hasta el gran Ramsés II sin dejar de mencionar al archiconocido Tutankhamon: la gran mayoría de los nombres son masculinos, como también los de sacerdotes y escribas.
LA MUJER IGNORADA EN LA EGIPTOLOGÍA
El antiguo Egipto se volvió una obsesión en el siglo XIX. Una larga lista de egiptólogos, investigadores y aventureros, dejaron la vieja Europa y viajaron en busca de secretos y tesoros del mundo faraónico.
Los egiptólogos decimonónicos eran varones que habían nacido en la Inglaterra victoriana o la Francia de la Ilustración. Hombres que habían sido educados en la creencia de que las mujeres eran inferiores a los hombres. Habían crecido en unas sociedades en las que las mujeres eran ciudadanas sin derechos civiles y con la misma consideración social que los niños. A las que no se debía considerar como iguales al hombre.
Es evidente que la educación recibida y la cultura en la que estamos inmersos tienen un reflejo en la valoración de las realidades, presentes o pasadas.
Esta influencia se manifiesta en la reconstrucción de las dinastías de los faraones. Los nombres de mujer solo fueron identificados como los de esposas reales, ejerciendo un papel decorativo junto a todopoderosos hombres divinizados. Pasaron muchos años hasta que las mujeres empezaron a recuperar el lugar que ocuparon en la historia egipcia.
DIOSAS Y SACERDOTISAS
Diferenciada de otras civilizaciones y religiones antiguas, Egipto dibujo unas creencias basadas en la igualdad de ambos géneros.
Según Gay Robins, la mitología egipcia explica el inicio de todo a partir de un dios único creador llamado Atum en cuya esencia contenía un potencial tanto femenino como masculino. Ninguna de las dos naturalezas se consideraba superior a la otra, ambas se suponían en el mismo plano. Atun era el único dios creador que daría vida al resto de deidades del panteón egipcio. Creó la dualidad divina Shu, el viento y Tefnut, la humedad. Estos crearon una nueva pareja divina: Gueb la tierra y Nut el cielo. Serían estos los padres de la tetrarquía divina formada por Osiris, Seth Isis y Nefis.
No entraremos en las disputas entre dioses que se matan entre hermanos o entre tíos y sobrinos. Nos fijaremos en la poderosa y valiente Isis que se convertirá en el símbolo de la mujer-madre, respetada y adorada por una sociedad que basó sus estructuras jurídicas en la igualdad de sexos.
Podemos llegar a dos conclusiones principales que se desprenden de la historia mítica de los dioses de Egipto.
En primer lugar, según la tradición egipcia la creación no implicaba la supremacía del hombre sobre la mujer. Las parejas divinas primigenias daban igual importancia a la naturaleza femenina que a la masculina. No olvidemos que el faraón sería considerado como un auténtico dios engendrado a partir de una mujer de estirpe real relacionada a su vez con la divinidad.
En segundo lugar, el relato de Isis y su lucha por mantener con vida a su hijo Horus y entronizarlo como dios-rey egipcio marcaría el carácter legitimador de las mujeres en la realeza egipcia.
La diosa Isis fue modelo para todas las mujeres egipcias dos mil años antes de nuestra era. Símbolo de la maternidad su representación en forma de figuras votivas y grandes esculturas, con su hijo en brazos o amamantándolo, se repitió en templos, palacios y hogares de mujeres campesinas. Junto a Isis, el pueblo egipcio adoró a otra deidad femenina, la diosa Hathor. La primera representaba la naturaleza maternal de las mujeres, la segunda, la sexualidad femenina. Simbolizan la fertilidad y eran las dos protectoras de las mujeres.
En una civilización donde la religión estaba profundamente incrustada en la vida diaria, no es extraño que los templos y palacios estuviesen organizados y controlados por el poderoso sacerdocio masculino. Es aquí donde encontramos las primeras diferencias reales entre hombres y mujeres.
Mujeres de la clase alta egipcia, esposas de escribas y administradores de la corte, ejercieron los primeros roles como sacerdotisas de Hathor, bajo el nombre de hemet netyer, responsables del culto a la diosa Neftit.
En el imperio Antiguo y Medio, encontramos a las waher, sacerdotisas en relativa igualdad de condiciones con los sacerdotes wab. Las pocas que aparecen lo fueron de deidades femeninas y siempre estuvieron sometidas a la autoridad sacerdotal masculina.En el Imperio Nuevo aparece otro título femenino dentro de los templos: las “adoradoras divinas” duat netyer. Quienes ostentaban dicho título eran mujeres de la realeza. Pero la dominación en el interior de los tempos fue de los sacerdotes. Dejaron para las mujeres roles menos importantes, como el de “instrumentista” que ya aparecían en el Imperio Medio.
En el Imperio Nuevo, se dio a las mujeres de la realeza el papel de “esposa del dios”, rol que apareció y desapareció a través de las posteriores dinastías según la importancia que tuvieron o dejaron de tener las reinas de Egipto. Su papel como legitimadoras de los soberanos o de sumisión a ellos abrió un apasionante debate desde que sus primeros restos salieron a la luz.
LAS REINAS
Las reinas de Egipto fueron, según la egiptóloga Teresa Bedman, “las verdaderas depositarias del poder, ellas daban por vía de nacimiento la legitimidad necesaria al príncipe -futuro rey- para poder sentarse en el trono”.
La explicación oficial de la importancia que tuvieron las mujeres en la realeza se basaba en que el heredero real era fruto de la unión entre su madre y el dios Amón, quien daría al futuro soberano naturaleza divina. Para que la dinastía se extendiera, era necesario que el nuevo rey se desposara a su vez con una “hija del rey” y de una de sus esposas reales. Hay que resaltar que la realeza egipcia era polígama: alrededor de la figura del faraón vivían esposas, hermanas e hijas que llevaban en sus venas la sangre de la dinastía.
Considerada la primera reina de Egipto, Neith-hotep habría sido una mujer originaria de la zona del Delta, en el Bajo Egipto. Su unión con Narmer, el rey del Alto Egipto y el primero de la Primera dinastía, habría permitido la unión de las dos grandes regiones. Poderosa dentro de la corte, daría a luz a Horus Aha, segundo rey de la Primera dinastía. Ella sería la fuente legitimadora del poder real de su hijo. Como ella muchas otras mujeres fueron garantes no solo del poder de sus hijos, sino que asumieron el papel de eslabón unificador entre las distintas dinastías.
La primera en ejercer dicho papel fue Ny-Maat-Hepet, esposa del último rey de la Segunda dinastía y madre del fundador de Tercera dinastía que abrió el periodo conocido como Imperio Antiguo.
Junto a las reinas que ejercieron el rol de legitimadoras de los faraones egipcios como portadoras de la sangre divina, existieron mujeres que se erigieron como soberanas por derecho propio. La primera la encontramos ya en la Primera dinastía. Considerada como el quinto soberano de la primera dinastía tinita, Meryt-Neith habría ejercido un importante poder durante la minoría de su hijo; el futuro rey Den, habido de la unión con el faraón Dyer.
Al final de la Sexta dinastía, la última del Imperio Antiguo, encontramos un caso similar Anj-en-es-Mery-Ra II fue la reina regente del futuro rey Pepy II
La última soberana de la Sexta dinastía fue la misteriosa reina Nitocris. Casada con su hermano Mer-en-Ra II, al fallecer éste de manera prematura, la reina gobernó en solitario hasta su muerte.
En el Imperio Medio reinó Sobek-Neferu, una mujer de la casa real que se hizo coronar faraón, más de trescientos años antes que lo hiciera la gran reina-faraón Hatshepsut.
En el Segundo Periodo Intermedio del Imperio Medio, las invasiones de los hicsos pusieron en peligro la dinastía faraónica. En aquel momento de luchas y reinados inestables, otra mujer gobernó en solitario. Iah-Hotep, protegió la monarquía durante la minoría de su hijo Ahmosis y ejerció algún cargo militar en la defensa contra los hicsos, como demuestran los objetos encontrados junto a su momia. Se encargó de afianzar la sucesión eligiendo para su hijo a una de sus hermanas como esposa, Ahmosis-Nefertary.
Iniciándose el Imperio Nuevo con la dinastía XVIII, una de las más gloriosas de la historia del antiguo Egipto Ahmosis-Nefertary aglutino tanto poder que asumió el título de Gran Esposa de Dios, y fue incorporada al clero de Amón, dios supremo en aquel periodo.
Ahmosis-Nefertary
Hatshepsut
Tyi
En la dinastía XVIII, la soberana más destacada fue la reina-faraón Hatshepsut. La historiadora experta en Egipto Cristiane Desroches Noblecourt dijo de ella que fue “una verdadera heroína de novela única en el mundo, de inteligencia sutil y voluntad indomable”. Hija de Tutmosis I, contrajo matrimonio con un medio hermano Tutmosis II, hijo de una esposa secundaria del faraón. Este tuvo un hijo, el futuro Tutmosis III, con una concubina, mientras que con la Gran Esposa Real solo engendró niñas. Hatshepsut asumió entonces la regencia de su pequeño hijastro y fue aglutinando un poder que compartía oficialmente con Tutmosis III. Sin desposeerlo de sus derechos reales, ella se hizo proclamar faraón presentándose al mundo con los símbolos de la realeza masculina. Reinó más de veinte años, siendo prósperos y pacíficos; pero en el año 22 de su reinado se perdió todo rastro de ella, y su imagen fue borrada sistemáticamente de los monumentos. Acción esta, que se puede apreciar en los restos arqueológicos encontrados y que se efectuaba cuando se quería eliminar el nombre de algún faraón o personaje y su recuerdo para la posterioridad.
Después del reinado de Hatshepsut, las mujeres reales fueron escrupulosamente controladas y recluidas en un palacio gineceo construido expresamente para ello.
Dios ATON
Antes que terminara la espléndida dinastía XVIII, el faraón Amen-Hotep IV pasó a llamarse Akhenaton, trasladando la supremacía divina al disco solar Atón, convirtiéndolo en única divinidad en el culto oficial. En esta época revolucionaria, considerada como la primera expresión monoteísta de la historia, las mujeres reales ejercieron un papel importante, considerando este periodo como el “matriarcado de Atón”. La madre del faraón hereje, la reina Tiy, tuvo el mismo poder político que su esposo Amen-Hotepp III, fue el artífice del matrimonio de su hijo Amen-Hotep IV y la misteriosa Nefertiti, a quien se intuye hija de un hermano de la reina Tiy, siendo así prima de su esposo.
Nefertiti, siguió los pasos de su suegra-tía, asumiendo un poder similar al del faraón. Cuando trasladan a Amarma la corte y protagonizan los ritos al dios Atón, lo hacen juntos, indicando que la reina tenía el mismo poder religioso, pero también político de Akhenaton. La hija de ambos también se convertirá en soberana al contraer matrimonio “incestuoso” con su padre, una práctica que hasta entonces no se había testimoniado en la sociedad egipcia, pero a partir de ese momento fue habitual, para alcanzar la máxima pureza de sangre real.
Tyi
Nefertiti
Arnisoe
En las dinastías XVIII y XIX, hubo reinas extranjeras que fueron utilizadas en las relaciones diplomáticas entre Egipto y los reinos vecinos. Ellas eran simples marionetas al servicio de los intereses de sus padres que las entregaban en matrimonio a los soberanos egipcios para cerrar alianzas, o como rehenes ante una derrota militar. En aquellos tiempos de poderío egipcio, muchos gobernantes extranjeros vieron que regalar a sus hijas al faraón era una ventaja. Este aglutinaba una larga lista de esposas recluidas en los harenes reales, permaneciendo a la imposición de los deseos del soberano.
A finales del Imperio Nuevo, antes de la decadencia del Egipto faraónico y la llegada de las invasiones persas, sufrieron la división territorial entre el norte y el sur. En aquel momento un grupo de mujeres conocidas como las Divinas Adoratrices de Amón, vírgenes consagradas al culto divino, desempeñaron un importante papel político, ejerciendo de nexo entre las Dos Tierras.
Dando un salto en el tiempo hasta el siglo IV aC, época de la dinastía ptolemaica heredera del reino macedonio de Alejando Magno, encontrados a distintas reinas destacadas. Arsione II hija de Ptolomeo I.
Este periodo también conocido como helenístico no podemos dejar de mencionarlo por la importancia cultural que tuvo. En él se recuperó la colección de libros que había reunido Aristóteles en su Liceo. Se construyó entre otras grandes obras, El Faro de Alejandría una de las siete maravillas del mundo antiguo.
Este soberano, debía de salvar la dinastía entre dos pueblos, obligados a convivir. Inicio un proceso que culminaría con la egiptización de los griegos y en la helenización de los egipcios, al menos en Alejandría, donde surgió un ciudadano cosmopolita que, precisamente por tener una mentalidad universal, cultivo y defendió como nadie el individualismo.
Consciente que tenía que gobernar sobre egipcios y helenos, el monarca adopto los atributos de la divinidad al hacerse nombrar faraón en el mismo templo de Amón Ra, en el 305 aC. en la ciudad sagrada de Menfis.
Consciente de que la religión puede unir o dividir a los pueblos, no dudo en ofrecer a sus súbditos una deidad suprema que pudiesen acoger con agrado. El rey encargó al consejo la misión de fabricar un dios. Los miembros cogieron a Zeus y lo amalgamaron con Amón, y los fundieron con Osiris y Apis, acrisolaron la mezcla y crearon Serapis. La idea que inicialmente pareció absurda, funcionó y aquel dios se convirtió en una divinidad aceptada por ambos pueblos.
Siguiendo la tradición, su hijo contrajo matrimonio con su propia hermana, la bellísima Arsinoe II, cuando esta regresó de sus campañas militares contra los persas, reanudando así la costumbre faraónica del matrimonio entre hermanos. Los egipcios aplaudieron, los griegos se escandalizaron, horrorizándose ante el incesto, pero se impuso ese hábito entre los monarcas helenos de Alejandría.
Para disculpar al monarca, algunos dijeron que había sido un matrimonio en apariencia, para dar gusto al pueblo egipcio, otros que el rey no había podido resistirse a los encantos de aquella esplendorosa mujer. Y hasta existía la posibilidad que la idea no hubiese sido de él sino de ella.
Arsinoe II rigió con mano firme los destinos del país, libró batallas y agrandó el imperio, mientras que el esposo compartía su lecho con una larga lista de famosas concubinas.
En los años veinte del segundo siglo antes de nuestra era, las sublevaciones de la población se hicieron endémicas; la realidad era que las sucesivas derrotas militares, la impotencia diplomática y las desgracias domésticas hicieron de Alejandría un desierto. Sabios y artistas habían salido huyendo de la ciudad, bendición que fue para las islas y ciudades griegas que se llenaron de filólogos, filósofos, matemáticos, músicos, pintores, deportistas, médicos, poetas y un sinfín de ingenieros y artesanos; parecía que todo había acabado para la gran ciudad.
Pero otra de las reinas destacada de la dinastía de los Ptolomeos, consiguió recuperarla. Cleopatra VII, una princesa de dieciocho años, nace en el año 69 aC. es hija de Ptolomeo XII, mujer de vastísima cultura y genial políglota. Fue la única de los Lágidas que aprendió la lengua del pueblo y supo recuperar el esplendor cultural que había perdido Alejandría en tiempos anteriores, seduciendo con dádivas y promesas a lo más selecto de la intelectualidad griega para que fuese a vivir a dicha ciudad. A la que no solo salvó de su decadencia cultural sino de su destrucción, pagando con su propia vida.
Cleopatra Goberno junto a su padre PtolomeoXII, su hermano Ptolomeo XIII, su hermano y esposo Ptolomeo XIV y su hijo Ptolomeo XV. Del 51 al 30 aC.
Escultura romana de Cleopatra con diadema real, mediados siglo I aC. época de sus visitas a Roma del 46-44 aC.
Su imagen fue manipulada negativamente a lo largo del tiempo, debida a la propaganda política negativa de sus enemigos en Roma. Pese a las calumnias vertidas sobre ella, demostró ser una reina con carácter que puso en jaque a la república de Roma. Mujer inteligente se convirtió en una soberana poderosa, asumiendo los poderes del faraón, siendo como dijo Miguel Ángel Novillo una “auténtica divinidad coronada a la que rendían un culto real tanto los sacerdotes como el clero egipcio”. No pudo conseguir construir junto a Marco Antonio un nuevo Imperio Egipcio. Su muerte cerró un largo capítulo en la historia del antiguo Egipto, territorio que pasó a ser a partir de entonces una provincia romana.
HEMET: ESPOSA Y SEÑORA DE LA CASA
Hemos visto como la mitología egipcia “respetaba” a las mujeres y la realeza las hizo garantes de la legitimidad real. Pero las mujeres de la familia real fueron unas pocas y no representaban a la totalidad de la sociedad egipcia. ¿Qué hacían las mujeres en el antiguo Egipto? ¿Tenían derechos legales? ¿Disfrutaban de cierta autonomía o emancipación?
La familia nuclear, formada por hombre, mujer e hijos podía haber sido la base organizativa de la sociedad egipcia. Podían encontrarse otras figuras femeninas como hermanas o tías, solteras o viudas. El hombre tomaba a su hemet, esposa a la que se consideraba unido desde el momento en que esta entraba en su hogar convirtiéndose en “señora de la casa”.
En el siglo VIII aC. empiezan a aparecer contratos de matrimonios, que no eran estrictamente legales, sino que más bien establecían las condiciones económicas para que el hombre pudiera tomar como hemet a una mujer, pactando con el padre de la misma los bienes que aportaría ésta a la unión y protegiéndola en caso de abandono y divorcio.
El matrimonio era una estructura defendida y respetada por la sociedad egipcia. En un texto encontramos una formula ilustrativa que nos recuerda Pierre Grimal “Si eres sabio, funda un hogar. Ama ardientemente a tu mujer, aliméntala bien, vístela […] considérala con respeto y ella se quedará en tu casa”.
Igual que el matrimonio no tenía base legal, tampoco se encuentra en el divorcio, que podía ser considerado tanto por hombres como mujeres. No hay indicios de que estuviera mal visto que una mujer se volviera a casar, después de haberse divorciado. Lo que no estaba aceptado era el adulterio femenino. El hombre podía tener relaciones extraconyugales, la mujer debía mantenerse fiel al marido para garantizar la legitimidad de los hijos nacidos en el seno de la familia.
Cuando una mujer casada tenía un hijo de una relación extraconyugal no se consideraba ilegítimo, concepto que no existió en la sociedad egipcia. Este niño se consideraba hijo legítimo de su madre y aunque quedara excluido de las herencias del matrimonio, podía verse beneficiado de los bienes de propiedad exclusiva de la madre.
Las mujeres que quedaban fuera de la estructura básica familiar: como las hermanas de ambos cónyuges que no se habían casado, las viudas o divorciadas que quedaban sin protección masculina, recurrían al hombre más cercano dentro de su ámbito familiar.
La mujer tenía varios roles domésticos dentro del hogar, y sus actividades dependían del estatus social. Estas tareas se centraban en la producción de alimentos, la gestión de la cocina y la manufactura textil.
Si la familia tenía sirvientes estos eran responsabilidad de la señora de la casa que dirigía las tareas. En el caso de mansiones aristocráticas las mujeres tenían también la responsabilidad de conseguir beneficios de los excedentes de la producción dentro del hogar.
La principal misión de la mujer era engendrar hijos, cuantos más mejor, teniendo en cuenta la alta mortalidad infantil y que los hijos, en las clases bajas, eran potencial mano de obra.
Junto a las diosas Isis y Hathor, el culto femenino centrado en la maternidad invocaba a distintas diosas como Taueret, protectora de las embarazadas, o Bes una diosa que daba su protección en el momento del parto. Eran recreadas en pequeñas figuras, como amuletos que las parturientas llevaban consigo como protección divina.
Los egipcios habrían conocido la necesidad de las relaciones sexuales para engendrar un bebé, así como otras maneras de identificar un embarazo más allá de la desaparición temporal de la menstruación. Tratados médicos egipcios nos hablan de la observación del cuerpo de la mujer, desde su pulso hasta el color de su piel e incluso hacen referencia al análisis de la orina.
Las mujeres egipcias amamantarían a sus hijos a lo largo de tres años y solamente en las familias reales y de alta alcurnia sería común la presencia de nodrizas, que eran también pertenecientes a estatus sociales elevados.
ADEMAS DEL HOGAR, ¿QUÉ?
La gran mayoría de mujeres centraban su vida en las tareas de su casa y en ser una esposa fiel. Se encuentran algunos casos de mujeres que participaron en actividades púbicas. En el Antiguo Egipto, eran consideradas en igualdad de condiciones que los hombres ante la ley y podían poseer bienes y propiedades. Las hemet, tenían derecho a controlar un tercio de los recursos que compartían los cónyuges, y podían dejarlos en herencia a quienes ellas quisieran. Podían ser receptoras de riquezas propias.
Las mujeres tenían una libertad excepcional, aunque hubo ámbitos como la administración a los que no se les dejó acceder. Los niños de las clases altas eran quienes ocupaban las escuelas, a las niñas no se les permitía acudir. No estaban destinadas a ocupar puestos en la burocracia egipcia, como escribas. Tal vez pudieron aprender a leer y a escribir en casa o en otro entorno, pero se desconoce si alguno de los textos descubiertos pudo escribirlo alguna mujer.
Sirvienta y señora
Pareja
Bailarinas
Bailarinas y músicas
Las mujeres en Egipto pudieron ser gestoras de sus propias tierras y de sus ganados, así como trabajadoras del campo. También han aparecido mujeres ejerciendo la medicina, peluqueras, selladoras, cantantes y músicas. Las mujeres eran sujetos activos que no requerían un tutor masculino para enfrentarse a cuestiones de carácter público. Tenían el mismo derecho que los hombres a participar en litigios judiciales como querellantes o testigos, siendo iguales ante la ley para lo bueno y para ser castigadas.
Los tres mil años que Egipto brilló, configuraron una imagen de la mujer considerada en igualdad de condiciones que el hombre. Hombre y mujer eran complementarios, cada uno tenía un rol establecido en la sociedad y se entendían ambos como iguales.
En el antiguo Egipto las mujeres habían sido iguales a los hombres ante la ley: podían alquilar o comprar propiedades, emprender negocios, compartían la herencia en igualdad de derechos y algunas llegaron a gobernar la nación, cosas todas impensables en el mundo griego. Bastaba con repasar la lista de las mujeres ilustres que habían vivido durante el reinado del segundo de los Ptolomeos, en los años que van del 283 al 246 aC. Allí estaba Myrtion, la actriz aplaudida en todos los teatros y salones de la corte, respetada y famosa por los banquetes que daba en su mansión situada en el barrio más elegante de Alejandría y a los que asistía la flor y nata de la ciudad. Allí Mnesis y Pothine, músicas profesionales, virtuosas de la flauta, el instrumento más apreciado por la clase culta alejandrina. Clino la escultora y la poetisa Stratonice. Y Bilstiche, aquella atleta extraordinaria que había ganado la carrera de carros en los Juegos Olímpicos del año 268.
En aquella ocasión pudo verse claramente la diferencia entre griegos y helenos nacidos en suelo egipcio. Los griegos se escandalizaron, insultaron a Bilstiche y afirmaron que era una vergüenza que una mujer usurpase los dominios de los hombres, No hubo vejación que no le prodigaran. Pero en Alejandría todos aclamaron a aquella mujer, a la que recibieron con los mismos honores que los ciudadanos romanos otorgaban a los emperadores que regresaban a la capital del Imperio. Todos se identificaron con aquella mujer, todos se sintieron orgullosos de ella. Al igual que se sentían orgullosos de la esposa del monarca, Arsione II, la auténtica reina y faraona, la generala invencible que había añadido nuevas provincias al imperio de los Lágidas.
Al menos en el subconsciente de una sociedad basada en unas estructuras religiosas concretas, definían la construcción del mundo a partir de una dualidad hombre-mujer, esencia divina que lo explicaba todo. Esto dio pie a un respeto hacia la mujer que no encontraremos en otras sociedades coetáneas de la egipcia.
Las mujeres de las clases populares, de las que sabemos poco, tenían unos derechos legales que no fueron suficientes para asegurar su independencia en una sociedad en la que necesitaban una protección masculina, aunque no fuera la de un tutor legal obligado.
Aun así, la situación que gozó la mujer en Egipto sería gradualmente eliminada a causa de la influencia de otras sociedades invasoras como Grecia y Roma, que tenían una visión legal, social y mítica de la mujer distinta de la egipcia.
Visión misógina que se irá repitiendo, lamentablemente, a través de la historia y de los pueblos que la conforman y que iremos viendo reflejada en este trabajo.
Bibliografía:
- ATLAS HISTÓRICO MUNDIAL ————–> Herman Kinder,Wemer Hilgemann
- De los orígenes a la Revolución francesa
- BREVE HISTORIA DE LA MUJER ————–> Sandra Ferrer Valero
- HYPATIA ————–> Pedro Gálvez Ruiz
- LA FEMME AU TEMPS DES PHARAONS ————–> Christiane Desroches Noblecourt
- LA DAMA DEL NILO ————–> Pauline Gedge
- MUJERES EN EL ANTIGUO EGIPTO ————–> Gay Robins
- NEFERTARY Merit-en-Mut ————–> Teresa Bedman
- REINAS DE EGIPTO: El secreto del Poder. ————–> Teresa Bedman