Los orígenes de la calle Jesús remontan al siglo XV, fecha en el cual, los Monferriz, una riquísma familia morisca, instala junto a sus casas una fábrica de jabón. Entorno al edificio principal se construirán los edificios que acogerán a familiares y trabajadores, diseñando un entramado de estrechos aldarves que discurren desde la actual calle Jesús hasta el cantón de Miñón, la plaza Manero y parte de la calle Nueva.  

A partir de la segunda mitad del siglo XVII, el incremento demográfico del cual se beneficia Calanda deriva en una reordenación de la estructura urbana de la villa.  El Consejo ordena derribar varios corrales situados entre la calle de la carnicería y la calle Jesús, y abre la que se conocerá a partir de aquella fecha como la calle Nueva. 

La calle Nueva consta de veinticinco casas, la calle Jesús veinticuatro; ciento cincuenta y tres personas conforman su vecindario. 

Sin que podamos asegurar que sea el patrón común a las demás calles, queda patente que existe una tendencia en que los hijos establezcan sus aposentos en las inmediaciones de la casa familiar.  La calle Nueva acoge principalmente a los Portolés y la calle Jesús a los Ciprés.

Los Ciprés y los Portolés comparten espacios con vecinos instalados recientemente en Calanda : el francés Pierre Sost, Cristobal Ramo de Benifaires, Joseph Muñoz de Alameda y Joseph Azabay de Escatrón. 

La fabríca de los edificios construidos Ex-nilhilo, conserva el modelo propio a la Tierra Baja, muros de tapial que descansan sobre una estructura formada por piedras arenisca, y tejado a un agua. El portal de la casa queda enmarcado con un alfiz que recuerda la época mudéjar.  Situadas en la encrucijada de la calle Nueva y Jesús, los edificios que fueron sede del clan de los Monferriz han resistido al paso del tiempo, perviven erguidos y acogen a las familias más prominentes. 

Las informaciones acerca de las actividades profesionales de los vecinos son escasas, el único dato relevante es la presencia en la calle Nueva de un melero llamado Juan Villanueva. 

La presencia en la casa habitación de varios criados es un carácter propio a las familias que forman parte de las clases sociales más favorecidas. En el caso que nos ocupa el número de personas dedicadas al servicio es de siete, cinco doncellas y dos mancebos repartidos en cinco casas. Las primeras tienen a cargo la manutención de la casa, los segundos atienden a las labores del campo.