JOSÉ LAMIEL. UN RECUERDO (1924-2020)
Autoría : Julio A. Lamiel
“Las montañas de Calanda me sirvieron de inspiración cuando era niño” eran las primeras palabras de José Lamiel en su Calanda natal cuando recibía en 2017 el título de “Hijo Predilecto”.
Su vida fue quizá la alegoría de un viaje entre dos montañas, entre esa vista del Tolocha durante su infancia y la del ‘Ecce Homo’, el monte que corona la vega del Henares y que él podía contemplar desde el lecho donde pasó sus últimos días; porque si el Tolocha calandino parecía invitarle desde niño a que fuera artista y cumpliera su vocación de manera plena durante cada uno de las horas de su vida, ese ‘Ecce Homo’ que veía en su agonía quizá era, transfigurado, aquel Cristo homónimo, también ‘Ecce Homo’, que talló, en mística perfección, durante su estancia en Colombia, que allí se sigue venerando y del que todos saben que es obra de “el maestro José Lamiel, calandino, como Buñuel”.
Y de la montaña a “El Desierto”, a ese antiguo Convento de eremitas calandino, que tantas veces también evocaba y añoraba Lamiel, quizá su otra fuente de inspiración, de esa austeridad, de esa humilde búsqueda de lo Sencillo para desde ahí encontrar el lugar del Arte, de la Amistad (de sus innumerables amigos) y de lo Divino, ese poder que nos trasciende pero nos guía y que busca incesantemente, aun sin saberlo, como meta el verdadero artista.
Y eso era probablemente el Arte de José Lamiel: ascender, casi de manera religiosa, pero estética, la montaña de la inspiración despojado del lastre del ornato y llegar allí arriba, plantar allí la obra, despojada de lo innecesario, sobria y pura en el trazo de la línea o en contorno del volumen, ya fuera pintura o escultura, con una elementalidad rica en expresión y sentimiento, como un esas “folías” para guitarra sola de su egregio paisano, el gran Gaspar Sanz, también despojadas de lo trivial para así seducirnos en su Verdad.
José Lamiel nacía un 29 de enero de 1924, festividad de san Valero, patrón de Zaragoza, donde, tras pasar la infancia en su pueblo colmada luego de recuerdos en su vida y su obra, estudia en la Escuela de Artes y Oficios, becado por la Diputación de Teruel, formación que alterna ya con la creación de sus primeras esculturas. De Zaragoza marcha a Valencia, a proseguir su formación en la Escuela de Bellas Artes de San Carlos. En esta primera etapa, produjo, entre otras, dos obras muy queridas para los calandinos: el busto de Goya, que adorna una de las plazas del centro de la Villa, y el gran paso procesional “El Encuentro”, tallado en madera policromada.
Tras su estancia en Valencia, fija unos años su residencia en Madrid, donde continuó estudios en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando. De estos años es su amistad con el Doctor Marañón, a quien moldea un magnífico busto en bronce, y con muchos creadores del mundo de las artes y las letras de la capital de aquellos años. Allí conoce también a la que luego sería su mujer, Rosario Silveiro, sobrina de la poeta Carmen Silveiro y nieta de la compositora Aurora Álvarez Cuevas.
Más tarde, por encargo oficial para acometer diversos trabajos de escultura, viaja a Colombia, donde reside varios años. Allí deja un rico legado de obras, civiles y religiosas y empieza también su vocación por la pintura, amparada, igual que su obra escultórica, en la búsqueda de la belleza tras la economía de medios, con una contenida melancolía que parece sentir, en sus rostros de niños o madres, paisajes o bodegones, la nostalgia de lo Infinito: un estado de alma y de percepción estética quizá próximo a esa ‘Sehnsucht´ de la que nos hablaban los grandes creadores románticos alemanes.
A su regreso de Colombia, fija su residencia, con su mujer y sus tres hijos, en Madrid y luego en Alcalá de Henares. Durante toda esa larga etapa de su trabajo, de más de cincuenta años, hasta sus últimos días, su obra se presentó en múltiples exposiciones, cerca de medio centenar, tanto individuales como colectivas, privadas o Institucionales, en Madrid, Zaragoza, Valencia, Bilbao, Paris, Stuttgart, entre otros, y, también en su Calanda natal, a la que siempre llevaba en su corazón, que albergó una excelente Muestra de su obra pictórica y escultórica en una Exposición antológica celebrada en el Centro Buñuel en el verano de 2017.
Obtuvo por su labor artística múltiples reconocimientos, entre otros, el Premio Cervantes de Pintura (Alcalá de Henares), la Gran Cruz de San Jorge, otorgado por la Excelentísima Diputación de Teruel o el título de Académico de la Real Academia de Bellas y Nobles Artes de San Luis de Zaragoza.
Pero más allá de su reconocida cualidad de artista y sin perjuicio de ella, José Lamiel quiso siempre transmitir su simpatía y cariño hacia todos los que tuvimos la suerte de sentir su presencia, llevarnos su Luz: era un alma generosa, noble, emotiva y dulce, que traducía en los propios actos y en el trato con los demás su bonhomía o magnanimidad, esa afinidad que proclamaba Platón entre lo Bello, lo Bueno y lo Verdadero, de modo que hizo también de su propia vida y amor a los demás una obra de arte.
Descanse ahora en paz mi queridísimo padre, allí en el cielo que roza el Tolocha.
Octubre de 2020
Julio A. Lamiel