La raíz vascoibérica está clara, en mi opinión. Mientras que La Mancha y Andalucía adoptan el arabismo ALMEZ, el Norte y el Este peninsular beben en las fuentes del vascoibérico, en la raíz prerromana. Se trata de LETONARI, término presente también en el actual euskara / eusquera. Puede comprobarse en la página 809 del Diccionario Vasco-Español. Hiztegia, Ediciones ELKAR.
La madera de la ramas de latonero es resistente y flexible. Así que es muy utilizada para fabricar mangos de azadas, de palas y de rastrillos.
Durante mi infancia en Foz, pude comprobar cómo los pastores -por ejemplo, mi vecino el tío Jesús Ruiz, abuelo materno de nuestro ilustre Javier, fundamento y guía del Festival de Cine- «domaban» durante varias semanas un largo palo de latonero, hasta conseguir un contundente garrote. ¡Hasta les servía para, lanzado con tino y sabia mano, alcanzar a una liebre!
Para la tercera edad, en los diversos mercados de Aragón y Soria, podías encontrar diversas formas de gayatas: simples, dobles o múltiples; sencillas o historiadas con diversos adornos. Pude comprobarlo en el famoso Mercado Medieval de Berlanga de Duero, tan vinculado a nuestra tierra aragonesa. (Afirmo esto porque, hasta en las bodas, el catering contratado llegaba desde Zaragoza, habitualmente).
Los latoneros de La Solana focina, o del Puentecil calandino nos ofrecían su abundancia frutal, tan diminuta en el tamaño individual como dulce y buscada por los zagales.
Los chicos varones, en la época otoñal, durante el primer trimestre escolar, solíamos llegar a la escuela con una respetable cosecha de latones. Pues bien, con dos o tres BOLSILLADAS de esos fruticos, ya teníamos para comer, rosigar…¡y usar los huesos para lanzarlos, con un CAÑUTO, a la espalda o al pescuezo de compañeros! O de la chica más admirada por nuestro preadolescente corazoncico. Los chicos más atrevidos, mientras llegaba el maestro o al subir del recreo, colocaban una docena de huesecicos de latones entre el asiento de madera y la tabla horizontal del pupitre. Así que, tras oír el «Sentaos» del profesor, podía escucharse una mediana traca de leves explosiones en algunos de los numerosos pupitres del aula de los zagales. (En la clase de las niñas eso hubiese sido impensable).
Con una ventaja de cuartelera impunidad: éramos tantos los implicados en semejante gamberrada y tan perdidos entre sesenta o setenta compañeros que, o castigaban a toda la clase, o había que disculpar tal algarabía…hasta la próxima.
Latoneros, latones; Feria de San Miguel; Fiestas del Pilar... Siempre irán asociados en nuestra mente de ancianos esos pequeños frutos, esas almecinas dulces y diminutas, esos huesecillos escupidos a nuestro alrededor con un segmento de caña, traída desde la Huerta Baja de Foz o desde las riberas del Río Pequeño en los cañares de Calanda. ¡Nadie podrá borrar esos recuerdos, esas escenas campestres, esas viejas escuelas de primaria, con sus anécdotas asociadas al otoño y a las cosechas de los latoneros!
Paco Buj Vallés / 2025