Introducción

En febrero de 1922 las columnas del periódico La Provincia de la capital turolense son el escenario de un intercambio de opiniones entre Luis González, abogado y alcalde de Calanda en el periodo 1919-1920, y Dionisio Ríos director de las Escuelas Graduadas de Calanda. El diferente entre ambos gira entorno al compromiso de los maestros de las escuelas de Calanda.
González, columnista habitual de La Provincia, inicia su artículo tratando acerca del egoísmo de la ciudadanía y, deseando ejemplarizar su argumentación, centra su mira en el cuerpo docente, y lanza una frase lapidaria:
Antes, los maestros enseñaban y educaban. Hoy, bien pagados y atendidos, hay demasiados maestros que enseñan poco y educan menos, y al decir demasiados no me refiero a que haya mucho personal si no a los que no cumplen con su deber.
Al cabo de unos días, ante el tono de las acusaciones, el director de la Escuela Graduada de Calanda reclamando el derecho a respuesta, enviste a González con la misma vehemencia que el primero usó en su misiva:
Creemos que D. Luis González bordea los lindes de esta categoría de hombres a quienes no puede censurarse en aras de la buena fe que guía sus intenciones, pero a quienes tampoco es dado seguir a ojos cerrados, porque hombría de bien no siempre significa acierto.
Dejando de lado los motivos personales de la controversia dialéctica, nos centraremos en el contexto educativo existente en Calanda a inicios del siglo XX.
La Escuela Unitaria
A inicios del siglo XX, Calanda cuenta con dos centros escolares, una escuela unitaria gestionada por el Ayuntamiento , y una escuela de párvulos a cargo de las hermanas de Santa Ana.
En la escuela pública de Calanda impera la separación por género y el modelo de clase única. Así lo recuerda Luis González, y sorprendentemente, con cierta nostalgia:
En Calanda estuvo hace muchos años el célebre y nunca bastante recordado maestro Soler; con un solo auxiliar, tenía cerca de trescientos niños que asistían a su escuela, aquel maestro que no perdía de vista a los niños mientras eran sus alumnos, ni en la escuela, ni fuera de ella.
Trescientos niños y doscientas niñas, dos aulas, dos maestros de ambos sexos. Las cifras son lo suficientemente significativas para valorar una clara correlación entre número de alumnos y tasa de analfabetismo. La encomiable labor docente de maestros del temple de Joaquín Soler Nuez, Simón Bernal Daudén, o Filomena Bernad, estos últimos a cargo de la escuela de primeras letras durante más de veinte años, no pudo evidentemente solventar el conjunto de las disfunciones que presentaba el sistema educativo. En base al censo electoral de 1906, el 30% de la población masculina es analfabeta.
El Ayuntamiento y la Junta de Primera Enseñanza están a cargo de las retribuciones de los maestros y de la administración de los caudales reservados a la escuela. Los continuos retrasos en la entrega de las mensualidades dan paso al refrán “pasar más hambre que un maestro de escuela”. En Aragón; se dan casos en los cuales los salarios se ingresan con un año, dos años o hasta tres años de retraso. El limitado presupuesto destinado a la educación deriva en una falta de material fungible, y limita la instrucción a unas pocas letras y una mera memorización de conceptos básicos.
El control pedagógico es asumido por la Junta Local de Enseñanza, que integran en el caso calandino el alcalde, el párroco, el farmacéutico, el médico, tres propietarios y dos “señoras”. Según Ríos, su labor se limita a organizar a final de curso un simulacro de exámenes que el director califica de:
[…] ridículos simulacros de exámenes, que de lo menos que pueden calificarse es de perjudiciales, por no aplicarles otro calificativo más duro, pero más apropiado. ¿con qué solvencia pedagógica y científica contaban los preguntones?
En 1911, Segismundo Sauras, corresponsal del Heraldo de Aragón en Calanda, felicita a la vecina localidad de Andorra por haber conseguido de la junta provincial la autorización de crear una Escuela Graduada y se interroga acerca del porqué desde el ayuntamiento de Calanda no se promueve una gestión similar. Ese mismo año acude a Calanda el Inspector don Agustín del Puente haciéndose cargo de los exámenes de junio. Puente califica de brillante el trabajo llevado a cabo por la maestra de niñas Petra García Vázquez y observa con admiración como los párvulos del Colegio de Santa Ana recitan poesía y practican ejercicios de gimnasia, pero tacha de deficiente la labor del maestro de niños. El maestro ha cesado en su cargo desde mayo y no ha sido sustituido. Las conclusiones del Inspector son claras: un maestro no puede atender a la enseñanza necesaria de 198 niños de 246 matriculados. En ese sentido, anima a la Junta a solicitar, conforme a la normativa vigente, la creación de una Escuela Graduada.
Tenemos noticias del seguimiento del proceso en la revista El Magisterio Español. En la orden del 12 de septiembre de 1911 referente a la graduación de las escuelas de Calanda y de Vivero (Lugo), la Dirección General informa que todos los gastos referentes a la graduación irán a cargo del Ayuntamiento hasta que los presupuestos del Estado estén en medida de afrontar el desembolso. Ello supone la adquisición de locales y evidentemente el pago de los sueldos de los cuatro profesores que deberán incorporarse. Además, requiere del consistorio calandino el compromiso de crear tres grados de niñas y no dos como quedaba estipulado en la solicitud.
El Inspector, de vuelta a Calanda en 1912, constata que desde los órganos gestores municipales no se han llevado a cabo las reformas prometidas. Las consecuencias son pésimas y suponen un freno a la tramitación del expediente.
A finales de 1913, desde la Dirección General se detallan el contenido de los gastos que Calanda deberá asumir: 4.000 pesetas correspondiente al salario de cuatro maestros, 666 pesetas en material pedagógico, 1.250 pesetas en concepto de gratificaciones destinadas a los docentes; finalmente, 200 pesetas para la remuneración de la residencia de los directores de la escuela masculina y femenina. Alejandro Velilla y Pascuala Virgos, maestros titulares, asumirán de forma transitoria la dirección, negándoles la titularidad del cargo rector por no reunir las condiciones necesarias.
Conseguir la firma definitiva de la Dirección supondrá para Calanda incluir en su presupuesto una nueva partida de 6.000 pesetas anuales, que sumadas a las 2.000 que se
empleaban hasta la fecha representaría una total de 8.000 pesetas. La apertura de la Escuela Graduada supondría por lo tanto cuadriplicar el presupuesto . Desde el Ayuntamiento los puntos de vista son contradictorios, son varias las voces que se elevan en contra de un desembolso que grava las arcas municipales y que consideran innecesario, véase inapropiado, véase peligroso. El sector conservador, mayoritario entre los concejales, se aparta del proyecto, y ello supone otro parón en la tramitación.
Han pasado dos años; diversos vecinos, entre ellos Luis González, acuden a las instancias políticas. Por influencias del diputado del distrito, Calanda logra vencer el inmovilismo impuesto por del caciquismo local. En la primavera de 1915, el Ministerio de Educación crea cuatro puestos de maestros en Calanda.
Una vez más problemas burocráticos entorpecen la ejecución del proyecto. El ministerio ha destinado a cuatro opositores, pero, conforme a la ordenanza de 1913, comisiona el pago de sus salarios al Ayuntamiento. Las personas destinadas a Calanda, ante una situación por lo menos excepcional; renuncian, solicitan su traslado, y son sustituidos por Ramón Torner y Policarpio Crespo. En noviembre de 1915, finalmente, el Estado liquida sus deudas con el Ayuntamiento, concede una ayuda de 2.000 pesetas para atender a las necesidades del comedor escolar donde acuden cada día centenares de niños, y dota las aulas con veinte bancos. La dirección de la escuela femenina, que administraba de forma interina Pascuala Virgos recae en Juliana Laborda, quien anteriormente ejercía en Mediana.
La Escuela Graduada

La Escuela Graduada de Calanda continúa arrastrando un mal endémico: la incapacidad a mantener una plantilla estable; entre 1916 y 1921, veintidós maestros pasarán por las aulas. A pesar de que Luis González afirme que los maestros están bien retribuidos, el sueldo de dos mil pesetas anuales apenas les permite sortear la precariedad sufrida por los trabajadores del campo. Seguramente, la cuestión económica, unida al elevadísimo número de alumnos por aula, son parte del problema. El paso por Calanda es para los docentes una mera parada en el tránsito de su carrera profesional.
Las permutas, que ampara la legislación, son una constante, las maestras Laborda, Cebrián, toman ruta hacia nuevas localidades, Casimira Capdevila es sustituida por razones de salud. Algunos maestros recaban en Calanda por el mero hecho de una compatibilidad conyugal. La epidemia de gripe española de 1919 desestabiliza los frágiles fundamentos de las Escuelas Graduadas llevándose a los apreciados y valiosos maestros Crespo y Torner, iniciándose un periodo durante el cual las interinidades se convierten en la norma; ausencias cubiertas en unas muchas ocasiones por maestros habilitados que con dificultad cumplen los requisitos exigibles al cuerpo docente. En ese sentido es relevante el caso de una pareja de maestros que argumentando ciertas desavenencias con la Junta y las familias calandinas consigue de los órganos superiores su trasladado hacia otro destino, dejando desamparados a sus alumnos.
A los problemas estructurales propios del sistema educativo se suman factores sociales que atañen a la responsabilidad de las familias de los niños en edad escolar. A pesar de que la ley dicte la obligación de que los alumnos cumplan con los seis años de enseñanza obligatoria, las necesidades de las familias en emplear a sus hijos en las labores del campo, en el pastoreo, o hacerles partícipes de las tareas domésticas, conlleva un absentismo estacional elevado. Las aulas de tercer grado se vacían en cuando llega la recolección.
A pesar de las mejoras en infraestructuras y de un incremento sustancial del número de maestros, la propuesta educativa en Calanda sigue siendo deficiente.
La Junta, deseosa de recuperar el control sobre la Escuela Municipal, llega al extremo de plantear el cierre de las Escuelas Graduadas y la vuelta al modelo decimonónico de Escuela Unitaria.
Conclusión
A inicio de los años 20, las escuelas de Calanda sufren de un mal endémico que asola la España rural: la falta de un proyecto educativo sólido, dotado de los recursos necesarios. A pesar de la implantación de las Escuelas Graduadas, la mayoría de los alumnos pertenecientes a las clases humildes abandonan el sistema escolar leyendo con dificultad y escribiendo fonéticamente. El género femenino se lleva la peor parte, entre la sociedad persiste la creencia de que educar una mujer en letras no es una necesidad, ni una prioridad.
Para eludir las deficiencias educativas existentes en Calanda el único recurso sigue siendo, para las familias que puedan costear el desembolso, acudir al sistema privado. La mayor parte de la juventud calandina con acceso a la educación superior se formará en escuelas confesionales, bajo el cuño de Maristas, Corazonistas, u otros Escolapios.

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