1611. Garrote vil en Calanda

En SUCESOS
21/04/2021
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Contexto.

En abril de 1611, la Corte de Madrid tuvo nueva de un terrible suceso ocurrido en el reino de Aragón. Un acto de tal relevancia que D. Diego Clavero, vicecanciller del Consejo de la Corona de Aragón, decidió informar de lo ocurrido al mismísimo Duque de Lerma, valido de Felipe III.  Según Clavero, Doña Victoria de Pimentel, esposa de don Artal de Alagón, Conde de Sástago y Señor de Calanda, había ordenado ajusticiar en dicha villa sin juicio previo a un tal Salaberte.

Problemática.

¿Existieron límites a la intervención de la justicia real en el reino de Aragón? ¿En qué medida la nobleza gozó de total impunidad ?

Los hechos.

Doña Victoria de Pimentel y Álvarez de Toledo era una dama  castellana de alto rango, educada en la Corte de los Austrias, que ocupaba junto a su esposo una posición distinguida en los círculos próximos a Felipe II y posteriormente Felipe III

El origen de los incidentes remontaban a la primavera de 1610, periodo durante el cual el reino de Aragón se vió inmerso en los preparativos a la expulsión de los moriscos aragoneses. La salida de sus congeneres valencianos en noviembre de 1609 por orden de Felipe III tuvo consecuencias entre los moriscos aragoneses; a partir de la fatídica fecha todos ellos vivieron atormentados, angustiados, ante el temor a ser desterrados.

A partir de mayo de 1610,  a pesar del secretismo con el cual los agentes reales llevaban a cabo la organización del traslado de los 80.000 cristianos nuevos hacia el puerto de los Alfaques,   fue corriendo la voz entre las comunidades moriscas de que la salida de España era inminente. En Calanda y Foz Calanda la desesperación se generalizó entre  los nuevos convertidos y, en particular, entre los más humildes, jornaleros, artesanos y pequeños labradores.  Las tensiones llegaron a su paroxismo en Foz Calanda donde la población se enfrentó con los guardias del reino que habían tomado cuartel en la ribera del Guadalopillo. En Calanda los labradores se negaron a arar las tierras, a cosechar los frutos, otros decidieron transformar la huerta en un erial  y colapsaron las acequias. Si no fuese suficiente, en vísperas de la expulsión el Conde de Sástago, Señor de Calanda y Foz Calanda, reclamó la entrega de la totalidad del ganado ovino y cabrío provocando una revuelta de tal magnitud que el Alcaide Quintanilla y sus guardas tuvieron que refugiarse tras los muros del castillo.

Quintanilla, incapaz de poner fin a la revuelta, contactó con la bandada de Pedro Salaberte que rondaba por la frontera con Cataluña. Con tal de doblegar a los moriscos más rebeldes, la cuadrilla de catalanes usó de la violencia, de la intimidación y posiblemente del asesinato. 

Tras la salida definitiva de los 2.000 moriscos calandinos en  julio de 1610, Doña Victoria se desplazó hasta Calanda con la intención de redistribuir las tierras a los nuevos pobladores. Fue en esa ocasión que la Condesa conoció a Salaberte y le ofreció afincarse definitivamente en Calanda.

Durante el verano de 1610, fueron llegando a Calanda decenas de familias solicitando el derecho a afincarse en el lugar. Las familias esperaban encontrar en aquella rica villa un espacio donde iniciar una nueva vida, lejos de las penurias que sufrían en sus lugares de origen. Las relaciones entre los nuevos pobladores de Calanda, el alcaide Quintanilla y los calandinos se vio enturbiada por la presencia de Salaberte y de sus hombres. Poco dispuestos a tomar el arado, la cuadrilla campaba por Calanda imponiendo el terror y cometiendo todo tipo de atropellos. El Consejo de Calanda acudió a su Señora rogándole pusiese fin a los desmanes de los bandoleros. Doña Victoria ordenó a Quintanilla que informase a Salaberte que era persona non-grata y que debía abandonar Calanda so pena de muerte. El bandolero hizo caso omiso de la advertencia del alcaide y continúo recorriendo el término de la villa con total impunidad.

La Condesa se presentó en Calanda acompañada de sus criados decidida a deshacerse de Salaberte. Pimentel aprovechando la celebración de la fiesta de San Miguel mandó que las mujeres y hombres del lugar subiesen al castillo a festejar la onomástica; convocó a Mosén Julis,  el vicario, y instó que transmitiese a Salaberte una invitación al baile. Mosén Julis, temiendo por su vida, reparó en decir que, habiéndole impuesto pena de muerte, Salaberte rechazaría la oferta.  La Condesa insistió y se comprometió a responder personalmente de la seguridad de Salaberte. Tal como lo había previsto el vicario, Salaberte rehusó en acudir al festejo. De vuelta al castillo Mosén Juan temiendo la reacción de Doña Victoria hizo parte de ello a Quintanilla quien salió al encuentro del bandolero. El impetuoso Salaberte, que apenas contaba veinte y seis años, cedió ante las insistencias de Quintanilla.

Salaberte cruzó la puerta del castillo acompañado del alcaide y vio como los mozos volteaban y saltaban alrededor de las doncellas al son de las dulzainas y bandurrias; se unió a la fiesta demostrando al público presente que no en vano se le consideraba un gran bailador. Convertido en la atracción de la noche, Salaberte se deshizo de las dos pistolas que siempre le acompañaban, y siguió bailando toda la noche. bajo la mirada atenta de la Condesa.

Pasadas dos horas, Salaberte estaba exhausto; fue en aquel preciso momento que Doña Victoria mandó que se cerrasen las puertas del Castillo.  Salaberte no tuvo tiempo de reaccionar, el alcaide y sus hombres se lanzaron sobre él, lo apresaron, y le condujeron al calabozo. Ahí, ante la presencia del Alcaide, Doña Victoria notificó a Salaberte que al día siguiente sería ajusticiado.

A la salida del sol, Salaberte sufrió el garrote vil en el patíbulo del Castillo. La noticia corrió como la pólvora por Calanda y llegó a oídas de los amigos del bandolero quienes juraron asesinar a la Condesa.   Para proteger a la Condesa se desplazaron hasta Calanda la Guardia del reino y hombres de armas de Alcañiz. Victoria de Pimentel, vestida de estudiante, escapó de sus secuaces aprovechando la oscuridad de la noche.

Trascurrieron dos meses sin que el marqués de Aitona, gobernador de Zaragoza haya dado importancia alguna a lo ocurrido. El asunto fue trasladado por los familiares de Salaberte al Consejo de Aragón quien instruyó el expediente.

Conclusión.

Doña Victoria dispuso del derecho de vida o muerte sobre Salaberte a modo de Señor feudal. La Condesa al negar a Salaberte el derecho a reclamar ante el Justicia de Aragón el amparo del  fuero a manifestación contravino a los fundamentos del derecho aragonés, y por aquel motivo debía de ser procesada.

El Consejo de Aragón acudió a sus juristas con tal de evaluar la gravedad de la falta y, la sanción que le correspondía. Estos últimos tropezaron con los fueros y leyes de Aragón. Uno de los rasgos característicos del régimen señorial laico en Aragón era la usurpación de la jurisdicción criminal y el ejercicio de la absoluta potestad. La aplicación de la justica real quedaba limitada por El Privilegium generale aragonum que no permitía al Rey designar jueces ni juzgar fuera de realengo.

Los juristas asemejaron lo ocurrido a un enfrentamiento entre un vasallo y su Señora. Reconocieron el derecho de la Condesa a ejercer justicia en sus dominios y fallaron a su favor. La causa quedó desestimada sin que se tomase sanción alguna en contra de la Condesa.

Calanda sufrió durante veinte años (1608-1628) la tiranía impuesta por la casa de Sástago. En 1628, tras un larguísimo proceso jurídico, Felipe IV ratificó la reincorporación de Calanda en los dominios de la Orden de Calatrava iniciándose a partir de dicho año una nueva era de prosperidad.

Bibliografía.

Escosura y Hevia, Antonio. “Juicio del feudalismo español”. Real Academia de la Historia, 1854.

Abadía Irache, Alejandro. “Feudalismo y régimen señorial en Aragón” en Revista de Dret Històric Català, vol. 15 (2016), p. 139-164.


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