Antonio Ángel Royo Albesa

Hay puertas y edificios que han marcado como nadie la vida cotidiana de nuestro pueblo, puertas que fueron símbolo de la cultura y del comercio y que, estoy seguro, todos recordamos con cariño.
Las Monjas

En el periodico del dia 9/11/1889 aparecía esta noticia :” En Calanda se establecerá una comunidad de las Hermanas de Santa Ana que serán encargadas del Hospital y abrirán escuelas.”. Dos días después, el 13 de noviembre de 1889, se establecían en su casa hospital de la llamada calle de las monjas. El el convento-hospital se trasladó a la casa Fortón Cascajares el entorno de los años 1970 cuando fueron miserablemente expulsadas con nocturnidad y alevosía.
Hablemos de las monjas que nos acompañaron en nuestra niñez. Recordemos a la Madre Jesús, Hermanas Salvadora, Rosario, Natividad, Rosa, Pilar y Helena. Es posible que hubieran algunas más pero ellas fueron las que marcaron a muchos calandinos, hombres y mujeres, e hicieron nuestro pueblo más grande.
Antes de hablar de alguna de ellas, en particular, recordamos que al entrar en el patio de la casa convento una campanilla avisaba de las visitas. Franqueada la segunda entrada, tras tres escalones de madera, estaba el oratorio que estaba en la planta calle. En el primer piso, a la izquierda, un cuarto que podía ser la cocina y una galería de cristales; allí donde la Hermana Rosario con infinita paciencia enseñó a leer al Pepe de la Maria. En el mismo pasillo una puerta grande de madera daba entrada al “Hospital” de beneficencia; más a la derecha unos reservados que debían ser las habitaciones de las monjas. Subido un rellano, una larga sala era el aula de reparo, domino de la hermana Rosa, de gafas de concha amarilla y genio difuso, tendente al castigo. Arriba dos salas grandes, dos aulas, con cargo a la hermana Natividad y Salvadora, monja de genio infernal pero la más querida y respetada. Dos escalones arriba estaban unas habitaciones para internas. En mis tiempos, residían dos chicas de Andorra de la familia de los Alfonso que estudiaban aquí. Se decía que le habían dado el privilegio de morir y ser enterrada en Calanda, como así sucedió.
No lejos de allí, como a 70 metros estaba párvulos una inmensa aula mixta pero debidamente diferenciada, a la izquierda de la entrada y cerca del recreo, las chicas y a la derecha, bajo la estricta mirada vigilante de la hermana Helena, los chicos.
Recordemos porque se lo merecen algunas de aquellas mujeres.
Hermana Salvadora: desconozco de qué manera pasó la etapa del 1936 al 39 pero si que antes de esas fechas fue profesora de mi madre y posteriormente de mi hermana. Era una mujer enjuta, de mirada clara y dura, casi diría que cara de palo; de esas personas que enseñan solo con mirarte. Era la encargada de las actuaciones teatrales que se hacían en el cine-teatro Imperial. Recuerdo con admiración de niño la representación de “Alba de América” donde el “rey Fernando” era la Doloricas de la Fonda y la Reina Isabel la hija de la Vallesa de la Carnicería de la calle Cascajares. Murió en Calanda como era su deseo.
Hermana Rosario: La antítesis de la anterior, su rostro era todo bondad y armonía; cuando la conocí era sorda y tenía una “trompetilla” con la que tampoco oía nada. Además de dar clase a las “medianas”, era la encargada de recortar las formas de comulgar y siempre tenía algún “recorte” que nos daba como premio. Con la expulsión se marchó a Albalate del Arzobispo, pero lamentó hasta su muerte el no poder estar en Calanda, para hacer compañía a su compañera de toda la vida. En mi última visita al pueblo vecino aún me ofreció esos “recortes” que, a pesar de mis 28 años, recogí como auténtico tesoro.
Hermana Helena: Empezó en parvulos después de la hermana Pilar. Fue la monja que más tiempo vivió en Calanda; se hizo querer por todos cuantos la conocieron. Tras su marcha forzada de Calanda, colgó los hábitos para casarse con su cuñado que había quedado viudo y, así, hacerse cargo de sus sobrinos. Sigue recordada con cariño en la villa.
Hermana Natividad: ejercía de superiora del convento aunque nunca recibió el apelativo de madre. A mis ojos era un tanto prepotente.
Hermana Pilar. Estaba en párvulos en mi etapa chica, era encantadora y, además, muy guapa. Esa belleza física le venía de dentro, era todo ternura. Pasados unos años, ya no estaba en Calanda, fui al hospicio que había en lo que hoy es el Pignatelli, allí le vi y fui a saludarle. Mi sorpresa fue que no era Pilar sino María y su hermana gemela. Nunca las olvidaré.

Mientras estuvo el Hospital, la ropa de la enfermería de la Plaza de Toros corrió por su cuenta, tanto la limpieza como su reparacion.
CASA CRESPO………. “DE TODO…. CASI.
Casa Crespo fue una institución dentro de Calanda, pocas familias han tan queridas y populares como los Crespo; aún así sufrieron en sus carnes los avatares de la guerra de tal forma que todos los varones mayores de 16 años fueron eliminados, quedando en condiciones muy precarias las mujeres: la madre Doña Pilar, las hijas y el único varón Eloy que a la sazón tenía 14 años Pasaron de tener un floreciente comercio y Banco particular a ser criados de quienes les debían el dinero prestado. Tuvo que llegar Lister (casado con una moza de Castellote) para volver a poner las cosas en su lugar y convencer a quién lo creía de que la colectividad no era quitar a unos para pònerse otros, De esta manera volvieron a tener el comercio que todos conocimos.
Era Casa crespo en aquellos tiempo como un super almacén al estilo de un Sabeco, pero con sabor a pueblo y familiar, casi había de todo. Un gran comercio con tres puestas a la calle (casi nada; una, la principal daba a la Plaza de España, las otras dos en la calle Cascajares daban acceso a dos secciones distintas de mercancías.
A la izquierda de la entrada principal un largo mostrador hacía de frontera a una pared con mil cajones, Era la sección de ferretería, allí se inició Ramón Borruel “El Pachacho”, a la derecha había productos para la agricultura con otro largo mostrador que acababa en la primera puerta de entrada de la calle Cascajares y, tras él, desde azadas a sulfatadoras, en amplios estantes.
En el centro del establecimiento, la caja, dominio de Don Alberto Guillén, un hombre mayor algo cargado de hombros por la edad y del que se contaba un chascarrillo que aunque no sea verdad tiene su gracia: En aquellos tiempos de penuria en los que se remendaban los calcetines, se zurcian los pantalones y se remendaban las rodilleras y coderas, cuentan que una madre mandó a su hijo a comprar un huevo de para zurcir los calcetines ( los había de madera y de plomo) El chico preguntó: “señor Alberto ¿tiene huevos de plomo? a lo que le contestó: cabrito que lo mio es reuma.
“La Caja” de Casa Crespo con Eloy y Ramón, en el fondo se ven los cajones con las bobinas de hilos de colores “marca Cometa”.
También trabajó como aprendiz Miguel Labarias, el “Cachirul”, y José Magrazó. Se cuenta la anécdota de que se le dijo que, si era posible, la gente no se fuera sin comprar, que si no había de un producto se ofreciera otro similar. La cosa es que una mujer se acercó al buen José y le pidió papel de váter – en aquellos años sólo había uno envuelto en papel de celofán amarillo y con un elefante dibujado – la “suavidad de tal rollo era épica. Al no tener la dicha marca comentó: ” papel de retrete no nos queda, pero tenemos papel de lija del numero 4“.
Con la muerte, o el retiro (no lo puedo precisar), de Don Alberto son las hermanas de Eloy quienes bajan a la la tienda: Rita se hará cargo de la sección textil y Pilarin de la caja. Inconmensurable la actuación de Pilar en la caja, todos recordamos: .”¿..y no quieres nada maaaassss?. Si sobraban céntimos jamás los veríais, serían canjeados por caramelicos de nata o por cerillas. Allí también estaban los “Famosos cupones TIS”, con lo que hacer una vajilleria podía ser obra de generaciones.
Capítulo aparte merece Eloy… un hombre jovial, sincero y amigo de todos (Ojo, no sólo de sus amigos) de todos, espléndido buen conversador había que oírle recitar los versos de su camarada José Repolles, se transformaba en en sentimiento y grandilocuencia por su pueblo, Se casó con Pilar Villarroya de Zaragoza y no sólo hizo que Pilar quisiera a Calanda como suya sino que arrastró a sus cuñados. Era tal su alegría que alguien entró en la tienda un día y se estaba riendo solo y al preguntarle el motivo de la risa contestó: me acabo de contar un chiste que no me sabía, cojonudo. …. Otro dia una señora le dijo: Eloy estás mar Gordo… el rápido contestó : Como una tapia.
Durante muchos años los estudiantes organizamos la cabalgata de reyes, nunca nos faltó la garrafa de vino para la merienda posterior, a cargo de los caldos de su bodega. En realidad tenía tres: una en su casa, como la de todo llevar, otra a las faldas del Pilar recoleta y recóndita, solo para amigos, amigos que llamaba “la Nodriza”, y otra señorial de gran empaque para actos más solemnes en la Nevera.
De la historia de Casa Crespo se podría escribir un libro de muchas hojas. Nos dejamos en el tintero, la prensa de vino, la fábrica de aceite, la era de la Orden (donde ahora está el Centro de Salud), la ermita de la Virgen de Nieves en el Campo consejo, traslada por encima de la carretera cuando el pantano inundó su lugar original, . En mi corazón, y en el de muchos calandinos, siempre habrá un rincón especial para el recuerdo de esta gran familia, en el fondo un poco mía.
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