El católico – 21 de junio 1850
La alegría y satisfacción que los vecinos de esta villa recibieron los días 16 y 17 de mayo último, por el beneficio del agua que Dios les concedió, se convirtieron en lágrimas y tristeza.
Las tardes de los días 16 y 17 del corriente formarán época para Calanda: las mañanas fueron placenteras aunque un nublado que se presentó por el Oriente la mañana del 10 presagiaba tronada. No fué equivocación. Las tres de la tarde eran cuando ya se dejaban oír truenos, y que un nublado de agua regaba el monte, unas nubes sueltas de colores varios y todos imponentes, principiaron a arrojar piedra por espacio de una hora, pero con tanta abundancia y espesor que destruyó todo y más selecto de la campiña, de modo que el suelo del olivar presentaba una alfombra verde, y la huerta un empedrado de frutas.
El dia 11 fué repetida la escena a la misma hora, pero con más espanto y destrucción completa, porque al apedreo siguió un turbión de agua tan extraordinario que jamás se había visto; y aunque no hubo desgracias personales, fueron muchos los sustos y grandes las incomodidades para extraer e! agua de las habitaciones.
Los labradores llenos de conformidad han vuelto á envainar las hoces que tenían desnudas para dar principio á su siega; y si el gobierno no oye sus súplicas tendrán muchos que emigrar por falta de subsistencia, y los acompañarán casi lodos los vecinos de Foz, distante una hora de Calanda, cuyo pueblo ha sufrido igual suerte, y ambos en pocas horas se han reducido á la mayor miseria, e imposibilitado para el pago de sus contribuciones.
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