Autoría : Daniel Aguilar Sanz
5. La cocción de las pieza
Actualmente no queda en pie en Calanda ningún horno, aunque sí en el caso del obrador de Foz. Podemos saber con precisión cómo eran los hornos gracias a la investigación de Álvaro Zamora en 1979[1].
Los hornos de la localidad eran de un gran tamaño puesto que eran comunales [Figs. 11 y 12]. Eran circulares tanto por dentro como por fuera, más anchos por su base y construidos con adobe por el interior y con piedra por el exterior, para reforzar y protegerlos de las inclemencias meteorológicas.
Los hornos de la localidad eran de un gran tamaño puesto que eran comunales [Figs. 11 y 12]. Eran circulares tanto por dentro como por fuera, más anchos por su base y construidos con adobe por el interior y con piedra por el exterior, para reforzar y protegerlos de las inclemencias meteorológicas. La cámara de combustión se denominaba “fogaina”[2], contaba con una “boquera” o abertura por la que se echaba el combustible[3].

Este primer piso estaba excavado en el suelo aprovechando un “ribazo” o desnivel del terreno.
La cámara de cocción estaba sobre la anterior, separada por un suelo de material refractario llamado “cribillo”[4]. Era denominada “olla”[5] y a ella se accedía por una puerta. Esta cámara estaba cerrada por una bóveda de adobes abierta en su clave por un orificio circular. Este orificio estaba constituido por la “boca”[6] de un cántaro desechado. Durante los años 70, Pascual Lavarias realizó otros cinco agujeros alrededor del anterior para que el tiro del fuego fuera más ágil.
La leña usada era siempre monte bajo constituido por romeros, tomillos y aliagas. En la última época Lavarias tenía que desplazarse hasta Torrevelilla, distante a 26 km, dada la deforestación en los montes de Calanda.
La “olla” se cargaba en “rimeros”[7], es decir, con filas concéntricas de piezas. El proceso se denominaba “enfornado” y se hacía de manera comunal, lo que explica el gran tamaño de los hornos. Al hacerse de forma comunal, cada alfarero daba unas pinceladas en las “ansas” (asas) o en su defecto en la “boca” en el caso de tinajas y cocios, para distinguir su propia producción de la del resto de cantareros.
Las piezas mayores se colocaban debajo, boca abajo y siempre entre los agujeros del “crebillo”. Si se hubieran colocado directamente sobre estos agujeros, el fuego directo las hubiera roto. Los espacios entre las piezas más grandes eran rellenados con piezas más pequeñas, y dentro de las más grandes se aprovechaban también para colocar otras. Este procedimiento se conoce como cocción “al baño María”[8]. Una vez colocada la primera capa, se colocaban las siguientes sucesivamente, “culo con culo” y “boca con boca”, es decir, base con base y abertura con abertura. El espacio entre las piezas muy próximas se rellenaba con “cascos” para evitar movimientos y roturas.
Una vez colmatada la “olla”, se tapiaba la puerta con adobes. Comenzaba entonces la cocción, pudiendo alargarse durante 16 a 18 horas. Se realizaba siempre a ojo, partiendo de la experiencia de los alfareros.
Se comenzaba poco a poco, pues calentar el horno demasiado deprisa podía suponer que se rajaran las piezas. Cuando la llama que salía por la chimenea era de color claro, se iban tapando los mencionados orificios de la bóveda para ir controlando las zonas más “crudas”. Finalmente, también por el color de la llama se sabía ya que todas las piezas estaban cocidas y finalizaba el proceso de cochura.
En Calanda la cocción era siempre oxidante, es decir, que el aporte de oxígeno durante la cocción era siempre mayor que el aporte de combustible. Esta cocción se caracterizaba por producir piezas de color rojizo, tonalidad que fundamentalmente deriva de los componentes de la tierra empleada.
Las piezas se dejaban enfriar durante tres días, puesto que sacarlas calientes del horno podía “destemplarlas” y ocasionar su rotura. Comenzaba entonces el “desenfornado”[9].

Una vez sacadas del horno, se llevaban de nuevo al obrador para finalizar el proceso. Antes de ser vendidas eran probadas una por una con agua para detectar algún poro abierto por el que la pieza tuviera pérdida de líquido. Se colocaba la pieza paralela al suelo, se introducía agua y se giraba lentamente, así se detectaban las pérdidas. Para tapar los poros abiertos, se había reservado previamente parte de la arcilla usada para la producción de esas mismas piezas. Esta era pasada por un cribillo extraordinariamente fino, y finalmente incluso por otro de tela similar al usado para colar el café. Este fino polvillo era mezclado con agua para hacer una delicada barbotina que era introducida con el dedo en el poro abierto por el interior de la pieza, de modo que el líquido que posteriormente contuviera lo fijara. Con este sencillo método quedaban “reparadas” las piezas con este pequeño defecto. Esta fórmula era únicamente usado por los cantareros más perfeccionistas.
La producción se colocaba de nuevo en el obrador para su venta directa o bien se almacenaba hasta su venta en otros puntos.
[1] Ibídem, pp. 13-24.
[2] álvaro zamora, m.i., Léxico…, op. cit., p. 81.
[3]álvaro zamora, m.i., Léxico…, op. cit., p. 38.
[4] álvaro zamora, m.i., La cerámica…, op. cit., p. 13.
[5] álvaro zamora, m.i., Léxico…, op. cit., p. 112.
[6] álvaro zamora, m.i., Alfarería popular…, op. cit., pp. 13-24.
[7] Ibídem, pp. 13-24.
[8] álvaro zamora, m.i., Léxico…, op. cit., p. 33.
[9] álvaro zamora, m.i., Alfarería popular…, op. cit., pp. 13-24.

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