Los obradores calandinos, estaban todos situados en torno a una misma calle, denominada aun hoy en día, calle de los Cantareros, próxima a la ermita de San Blas. Este núcleo productor estaba alejado del núcleo de población propio de Calanda, por cuestiones obvias como era necesidad de mucho espacio y evitar las molestias por los humos de los hornos.

Originalmente este núcleo alfarero distaba de la población unos 200 metros, siendo este espacio denominado “Llano de las Cantarerías”. Un nombre que se ha perdido y que está actualmente ocupado por la avenida de Agustín Plana y la plaza de San Blas[1]. Actualmente la población ha absorbido este núcleo y no hay distinción alguna entre ambos. Esta calle dispuesta en sentido norte sur, cruzaba el núcleo de producción de punta a punta. En torno a él se situaban todos los obradores, y tras estos, los hornos. Todos los talleres tenían similar disposición. Constaban de una casa de construcción tradicional de dos pisos, en ladrillo y tapial; en el primer piso, lo que se conoce como “el patio”, se situaba el taller, generalmente sin ninguna división de espacios; en la segunda planta, se hallaba la vivienda del alfarero. Allí vivía toda la familia junta, varias generaciones sucesivas[2].
En los obradores o “patios”, la zona de trabajo se situaba siempre cerca de la puerta que permanecía abierta, para tener buena luz para trabajar. La arcilla preparada para ser usada era amontonada y tapada con arpilleras húmedas en el fondo de esta estancia; es decir, en la zona más oscura y húmeda para facilitar en la medida de lo posible su conservación[3].
Delante de los talleres-vivienda había una explanada, denominada “replaceta”. Este espacio tenía dos usos: el primero para preparar la arcilla antes de comenzar a trabajar, y el segundo, para poder extender todas las piezas al sol para su secado[4].
Las grandes dimensiones del “patio”, servían también para almacenar las piezas no cocidas en caso de lluvia y las ya cocidas a la espera de su venta.
Los obradores comunicaban por su parte trasera con los hornos, pero esta comunicación era solo para el paso humano puesto que las piezas se llevaban hasta el horno por el exterior, dado que su tránsito por dentro del taller hubiera sido más complejo y hubiera supuesto la rotura de muchas de ellas[5].
Se aprovechaban del desnivel natural del terreno, puesto que la calle Cantareros se dispone en una ligera colina, que facilita la localización a distintas alturas de las diversas partes del obrador. Más abajo, se encontraba la explanada de trabajo y el taller, en una segunda altura la vivienda y en una tercera el horno.
Como vemos los obradores eran espacios muy sencillos sin demasiada complejidad, simplemente espacios funcionales, una parte al aire libre para la realización de algunas tareas, y otra, cerrada para otras, con la vivienda encima. Algunas casas, solían tener un tercer piso abuhardillado denominado “granero”, para el almacenaje y secado de alimentos. Estos espacios eran más comunes en casas de labradores, pero, como en muchas ocasiones los alfareros se cobraban su trabajo en especie, la mayoría de las veces con alimentos, precisaban de un espacio para su conservación y transformación en desecados, como sucede con los melocotones con los se hacían, por ejemplo, orejones[6].
[1] Ibídem, pp. 13-24.
[2] Testimonio de Dña. María Dolores Carbó, de Calanda.
[3] Álvaro Zamora, m.i., Alfarería popular…, op. cit., pp. 13-24.
[4] Ibídem, pp. 13-24.
[5] Testimonio de Dña. María Dolores Carbó, de Calanda.
[6] Ibídem.

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